3.1 La situación en países desarrollados
Uno de los fenómenos notables en el desarrollo de las ciencias es la rápida expansión de la nueva disciplina de la bioética en las últimas décadas. Van Rensselaer Potter, quien fue el primero en introducir y elaborar la noción de bioética en publicaciones posteriores de 1970, se sorprendió al notar la rapidez y la amplitud del uso del término en los debates académicos (72). Potter, sin embargo, también lamentó que el significado del término se haya desviado de la visión más amplia que había propuesto. La bioética se ha redefinido y se ha restringido a la “bioética médica”, centrándose en cuestiones éticas relativas a los individuos y las relaciones entre individuos, y descuidando los problemas ecológicos, poblacionales y sociales (74). En esta visión estrecha, los debates sobre bioética abordan cuestiones de corto plazo en lugar de la existencia extendida de la especie humana. Por tanto, continúa examinando los viejos problemas como el aborto y la eutanasia en lugar de analizar los problemas que realmente importan para la supervivencia de la humanidad. Según la evaluación de Potter, la bioética se ha convertido en un nuevo nombre para la ética médica (8).
El número de programas de enseñanza de la ética creció rápidamente a principios de la década de 1970, en primer lugar, en las escuelas de medicina de los Estados Unidos (75–79). En un período de tiempo relativamente corto, casi todas las escuelas de medicina introdujeron la educación ética. Actualmente, estas escuelas deben incluir la bioética en sus planes de estudios para poder ser acreditadas (8,74). Otros países siguieron este patrón de difusión (10,80). Desde entonces, el alcance de la educación en bioética se ha ampliado significativamente. La enseñanza de la ética llegó a ofrecerse no solo en los programas de pregrado, sino también en la educación de posgrado, especializaciones, y especialmente en entornos clínicos (11). La enseñanza de la bioética se introdujo además en los programas de formación profesional de otras profesiones de la salud como la enfermería y disciplinas científicas como la biología, la genética y las ciencias de la vida (8). Por último, la educación en bioética se ha vuelto relevante fuera del contexto de la formación profesional como un recurso para practicantes experimentados, miembros de comités de ética y también responsables de políticas, periodistas y partes interesadas en el debate público. Este crecimiento de la educación en bioética está en línea con la noción más amplia de bioética como una nueva disciplina que combina el conocimiento científico con la filosofía y la ética para analizar y comprender los desafíos contemporáneos de la ciencia y la tecnología para la salud, la vida y el cuidado.
La educación en ética se puede considerar como un paliativo contra las deficiencias en la conducta profesional. Pero es obvio que el impacto de la educación en bioética es limitado si no se abordan las causas sistémicas y estructurales de tal mala conducta (81). A pesar de que se considera que la educación en bioética es muy importante para los profesionales de la salud, esto no se traduce necesariamente en una mejor conducta profesional. Si bien la enseñanza de la bioética se realiza, en la mayoría de los países desarrollados, no es muy impresionante en términos de volumen, tiempo y compromiso. En los Estados Unidos la educación en bioética, aunque es obligatoria, comprende solo el 1% del plan de estudios de las facultades de medicina (8). Muchas actividades educativas son esporádicas y ocasionales. En Europa, la mayoría de los hospitales tienen solo iniciativas educativas a corto plazo en lugar de cursos y programas más largos, mientras que nadie parece asumir la responsabilidad de las actividades (7). Además, existe una grave falta de docentes cualificados. Ni siquiera la mitad de los docentes de bioética en los Estados Unidos han publicado un solo artículo en bioética (8,80). Para muchos docentes de bioética, el investigar o publicar no corresponde a su principal actividad académica. Una encuesta realizada previamente mostró que el 20% de las facultades de medicina de Estados Unidos y Canadá ni siquiera financiaban la enseñanza de la ética (9,71). Por lo tanto, el primer desafío es que la importancia declarada de la educación en bioética no debería cegarnos ante el frágil y anémico estado de los programas en muchos entornos.
Otro desafío está relacionado con la propia educación bioética. Se ejemplifica en la enorme heterogeneidad del campo. Dentro de un mismo país, se ofrecen diferentes tipos de programas, los enfoques y métodos didácticos difieren, el número de horas lectivas tiene un rango amplio y los cursos de ética no se programan en las mismas fases del plan de estudios (80). Existen importantes controversias en torno a los objetivos, métodos, contenido y evaluación de las actividades docentes (9,71). Sin embargo, esta diversidad no implica que no haya consenso. En las últimas décadas, los académicos han llegado a estar de acuerdo en que ciertos enfoques de la enseñanza son preferibles (70). Existe la necesidad de programas integrales y longitudinales, que hagan de la ética no un evento aislado y único, sino parte de la rutina diaria del cuidado al paciente. Existe la necesidad de una enseñanza en equipo con una estrecha cooperación entre los especialistas en ética y los médicos. También es preferible un enfoque centrado en el alumno en la educación bioética enfocado en el aprendizaje activo, ya que fomenta el pensamiento crítico y la reflexión (39).